El mito de Eco y Narciso

La diosa Hera había castigado a Eco, y le impedía hablar. La ninfa solo podía repetir la última palabra que pronunciara su interlocutor. La razón por la cual había recibido tal castigo se debía al encubrir las infidelidades del dios Zeus a Hera, ya que ella entretenía a la diosa con sus elocuentes conversaciones. De acuerdo con una de las versiones más conocidas de este mito, Eco se enamoró perdidamente de Narciso —de quien el adivino Tiresias predijo, en su nacimiento, que tendría un larga vida si no se contemplaba a sí mismo—, un joven bastante hermoso hermoso que despreciaba el amor de todos.

La pobre ninfa no fue la excepción y Narciso despreció su corazón cuando la vio en el bosque y ella no fue capaz de responderle más que sus propias palabras. Entonces, ella desolada, ofendida se encerró en un lugar solitario y allí dejó de comer y de cuidarse. Así se fue consumiendo poco a poco, y el dolor la fue absorbiendo hasta que desapareció y se desintegró en el aire, quedando únicamente su voz que repetía las últimas palabras de cualquiera.

Debido a esto, los dioses se molestaron y todas las demás mujeres rechazadas oraron a los dioses por venganza; a lo cual, Némesis las escuchó e hizo que Narciso contemplara su propia imagen. Cuando el joven lo hizo, se enamoró de su propia belleza y ya no le importó nada más que su reflejo en el agua. Permaneció en un estado largo de contemplación en el estanque y en cuanto intentó besar el espejo de agua, cayó y se dejó morir ahogado. Se dice que aún en el Estigio (el mar de la tierra de los muertos), Narciso continúa admirándose.